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Esteban Ierardo: “La cuestión no es lo físico o lo virtual, sino integrar ambos mundos”

G7 habló con Esteban Ierardo, Licenciado en Filosofía y docente de la Universidad de Buenos Aires, quien viene investigando hace tiempo estos temas. Los títulos de sus libros más recientes ilustran sus principales preocupaciones: Mundo Virtual, Sociedad Pantalla (estos últimos centrados en la serie Black Mirror) y La sociedad de la excitación (Ediciones Continente). 

¿Cuáles son los riesgos del encierro mediatizado?
Hay una ambigüedad constitutiva en el uso de dispositivos. La tecnología es una expresión rotunda de progreso que supera distancias y favorece la dinámica laboral. Ese aspecto ahora se ve potenciado en esta coyuntura como único recurso para mantener la comunicación. La ambigüedad supone dos caras: una positiva y otra inquietante (que no solo continúa sino que puede fortalecerse).

¿Cuál sería ese lado inquietante?
Acostumbrarnos o hacer, incluso involuntariamente, un aprendizaje para priorizar la comunicación por medios digitales en lugar de la comunicación personal que deteriore el encuentro face to face y la relación con el mundo físico. Un aprendizaje compulsivo, obligado, acelerado para naturalizar la sustitución del mundo físico real con lo virtual. Ese peligro no es nuevo. Ya estaba antes.

¿Qué riesgos podría ocasionar?
Empezar a creer que lo mejor y lo más avanzado, incluso más allá de esta coyuntura, sería la comunicación digital cuando no siempre sea necesario. Por otro lado, otro aspecto inquietante tiene que ver con que los medios digitales globales permiten una mayor invasión informativa sobre las personas que lleva a desinformación, fake news y a la instalación de climas que exigen una suspensión del pensamiento crítico. Las vías digitales generan, también, una sobre oferta de entretenimiento que no nos modifica ni cultiva nuestra curiosidad que se consume para mitigar la angustia del encierro y erosiona la voluntad por el conocimiento, la educación o la crítica.

¿Cómo relaciona esto con la percepción del tiempo capitalista?
Desde los noventa, con el auge de la tv por cable, se naturalizó la oferta de entretenimiento las veinticuatro horas. Antes de que se colonice el tiempo, las personas podían construir el manejo de su tiempo. El tiempo libre daba lugar a construcciones distintas. Por ejemplo,  reposar, no hacer nada. O reflexionar, ¿Por qué no? Estar con los hijos. Había otra forma de organización del ocio.

¿Y cómo cree que se modificó esto a raíz del estallido digital?
A  partir de tanta sobre oferta de entretenimiento, se genera un marco en el cual las personas tienen la tentación de no ensayar otras estrategias de construcción personal del manejo del tiempo libre –suponiendo que lo haya– y recurren a lo inmediato como medicina para mitigar la angustia: zapping, SmartTV, consumir un entretenimiento tras otro (como Netflix que no te deja ver los créditos y ya quiere engancharte con algo más). Creo que es necesario pensar esta conquista del tiempo contemporáneo por parte de una sobre oferta de entretenimiento de un capitalismo digital/tecnológico/algorítimico global. Si es que no vamos a renunciar a nuestra condición de personas que tienen derecho a un criterio de pensamiento personal y no somos meros consumidores pasivos. La relación con el tiempo puede ser pasiva (consumo entretenimiento para no pensar) Uno mismo lo hace. La cuestión es cuando no hay otra forma de crear nuestro tiempo libre.

Este flujo de entretenimiento continuo que describís es, en gran parte, visual.
A veces tendemos a perder la valoración ante todo lo que accedemos por sobreabundancia. Hubo épocas en donde los estímulos eran mínimos: no había  sonidos constantes en la calle, dentro de casa o imágenes por todos lados. Vivimos en una sociedad hiper estimulada y excitada. Por otro lado, los dispositivos nos han acostumbrado a un acceso y circulación fácil de imágenes. Esta sobreabundancia, por un lado, democratiza el acceso. También hace que vivamos en un océano agitado de tantas imágenes que terminamos por no ver ninguna en particular. Si uno toma una distancia reflexiva percibe el poder particular de la imagen. Ver las imágenes es una gimnasia perceptiva que viene del arte. Este te hace especialmente perceptivo a nivel sensible de las cualidades que tiene una imagen: composición, colores,  formas, la información que transmite un artista. Esto puede aplicarse a todas las imágenes que se nos presentan. La percepción artística te hace ver que una imagen no es sólo algo que se consume sino que exige una respuesta activa para descubrir su riqueza.

En tus libros decís que es incorrecto creer que lo virtual no es real sino que es tan real como el mundo físico.
La cuestión es las dos cosas, tener una experiencia enriquecida por vivir en lo físico y en lo virtual. El hecho de poder comunicarnos por vías virtuales a la distancia con una persona a miles de kilómetros es maravilloso. Eso que Arthur Clarke decía que es un punto en el cual la tecnología se acerca a la magia. Lo virtual, como realidad aumentada, permite apreciar los detalles del mundo físico. Es absurdo suponer que la cuestión es lo físico o lo virtual. La cuestión es pensar paradigmas de integración. Todo lo que suprime, empobrece. Todo aquello que integra y suma, enriquece. Entonces, postulo integrar lo físico con lo virtual y no quedarnos con que lo único o lo mejor es lo virtual.

¿Qué efectos a futuro observás?
Nadie lo sabe con certeza. Si nos ponemos a especular, en este tiempo los aprendizajes virtuales y la interacción virtual entre personas para mantenerse comunicadas se han acelerado. Me incluyo: aprendí a usar Zoom y doy cursos virtuales. Es posible que cierta educación virtual después siga siéndolo aún cuando se vuelva a la vida normal y que las personas naturalicen más seguir comunicadas por esta vía por falta de tiempo. En cambio, respecto a cuestiones más profundas –si esto va a llevar a la creación de un clima solidario–  soy más escéptico. No hay que subestimar al poder del olvido. Creo, también, que se debería generar una mejor política global sanitaria. Otra cuestión es la visibilización de la muerte. Las personas que mueren por enfermedades (contagiosas, como la gripe común que ya ocurrían, o sociales, debido al alcohol o tabaco)  tenían una realidad dramática ocultada y silenciada en el manejo de la información a nivel global. La gente se desentendía y sólo te tocaba cuando te tocaba a vos o a un familiar. Ahora la muerte tiene mucha más visibilidad. Está desnuda. Genera miedo. El temor lleva a que nos sintamos parte de una misma especie que se confina para luchar contra un mal común. Esa percepción trágica, realista, de la muerte (que el consumismo necesita suprimir para que la gente crea que va a ser feliz consumiendo por siempre) que se movió a la vida común: ¿Continuará? Lo dudo pero nos podría hacer más reflexivos y conscientes.


Foto: Constanza Niscóvolos

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