A pesar de haber sido finalista del Premio Planeta, haber ganado el Premio Fortabat, tener al menos dos obras más sin publicar y de haber pasado la vida junto a escritores de la talla de Abelardo Castillo, Juan Forn o Liliana Hecker, Marcelo vive de su Lubricentro, lugar que es parte de su historia personal y al que llegan músicos, periodistas, escritores y, claro, vecinos de Munro. Es también su mejor escondite cuando las ideas y la inspiración se ponen urgentes.
En su casa de Carapachay es Sol, una perra galgo, quien da la bienvenida de un salto mientras Marcelo invita a pasar. Luego hay que atravesar la casa y el jardín para subir por una escalera caracol hasta un rincón perfecto para escribir o, en este caso, responder preguntas.
¿Cómo se te ocurrió escribir sobre la esclavitud en Argentina y cómo llegaste hasta Félix, este personaje tan particular?
La de Félix es una historia real. Hace como 25 años Clarín sacaba unas efemérides y ahí salió la historia del esclavo Félix y a mí me pareció que era una historia increíble que reunía todo: una persona en la peor de las situaciones, para el peor de los trabajos, con el peor de los finales. Y entonces empecé a divagar y a la semana ya se me había hecho una idea de la novela. ¿Qué tal si a todo esto le sumo que fue educado como un blanco, con las nociones de piedad y de cultura de la época? Porque uno puede vivir como un matarife si te criaste como matarife, pero si a mí me meten en un frigorífico me muero. Y todo eso me impulsó a escribir esta historia.
Este libro te llevó una larga investigación…
Estuve como cuatro años leyendo sobre el siglo XVIII. Me armé toda una biblioteca sobre la ciudad en esos años, sobre la esclavitud y el tráfico de esclavos, sobre la historia de Europa y América, sobre la conquista, los indígenas y los herbolarios. En realidad escribí miles de páginas…
Leí que dijiste que esta novela tiene algo de autobiográfico, ¿es así?
Es que nada se escapa a lo autobiográfico. Todo finalmente pasa por uno. Todos alguna vez somos esclavos y verdugos de alguien, quizás no deliberadamente pero las circunstancias te van llevando. Entonces de eso se trata: de cómo somos y qué parecemos.
Por momentos la novela genera mucha angustia, ¿te pasó cuando lo escribías?
Muchísima y lo que queda patente es la negación de la humanidad, porque la única manera de ser cruel con otro por el color, la educación o el origen es negarle la humanidad. Y esto lo acabamos de ver con el caso de los rugbiers en Villa Gesell. A ese chico le pegaron por negro, porque no ser del grupo, porque no es humano como yo y entonces es una basura. Sí, la novela transcurre en 1750 pero hoy pasan las mismas cosas.
¿O sea que no cambió nada de 1750 a esta parte?
Tenés una base que heredó la clase oligárquica tradicional y tenés la clase inmigratoria europea que también tiene prejuicios y cree que lo poco bueno que se construyó en el país fue gracias a ellos. Para los dos grupos, los negros son vagos y son brutos.
Y a los negros que vivieron en este país los exterminaron…
Según la Universidad de Buenos Aires hay alrededor de dos millones de negros en el país pero lo que se dio en Argentina que quizás no pasó en otros lugares es que los afrodescendientes se mezclaron muchísimo. Sí, fueron a la Guerra de la Independencia, la del Paraguay y sufrieron la Fiebre Amarilla de 1880, pero lo cierto es que se quisieron blanquear. La única manera de ascender socialmente era sacándose el color, la negritud o el indigenismo. Lo tengo probado. Hace muy poco estuve en Chascomús y me encontré con una señora que me contó que era afrodescendiente y era blanca como la leche. Su bisabuela era negra y ella no tenía ni un solo rasgo afro. Yo no milité en el tema pero desde hace unos 15 o 20 años los afrodescendientes tomaron conciencia de sus orígenes, se agruparon, hicieron estudios y están buscando la manera de ser reconocidos como grupo.
Me gustó el personaje del verdugo italiano y de cómo describe a Buenos Aires. ¿La novela también habla de corrupción?
Es que así nació Buenos Aires, era un lugar de contrabando como no había en otro lado, de todas maneras creo que la corrupción está presente en todo el mundo. De hecho, los españoles cuando vinieron acá se agarraban diez kilos de oro, uno lo mandaban a España y el resto se lo quedaban. Es decir que no creo que sea un atributo rioplatense nada más. También en la novela hablo de un falso Arzobispo, y en la época de Menem hubo un diputado trucho. Son casos insólitos. Volviendo al verdugo italiano, es el único que trata bien al negro Félix.
Hay libros sobre esclavitud pero simpre terminan en una historia de amor…
Este libro cuenta una historia de vida en la que el amor es una parte. Lo que pasó es que la novela histórica atravesó un periodo de devaluación porque eran todas historias de alcoba, que hablan de amantes secretos y que solo lograron que se pierda el entusiasmo y la visión. A mí la época colonial me fascinó y mucho más todo lo que encontraba adentro de la época.
¿Y cómo te tomó el premio Clarín?
La verdad es que me tomó muy bien porque yo hacía tiempo que estaba tratando de publicar y la verdad es que nadie me publicaba. Ahora la novela sale con todas las ventajas, como un libro premiado y con mucha publicidad. Creo que va a recibir un poco más de atención. Es un libro que me llevó muchísimo trabajo.
¿Cómo es ser escritor hoy en día? ¿Hay mucho de tocar puertas y que no te respondan?
Sí, además no soy alguien muy presente en el medio: no ocupo cargos en ningún lado, estoy un poco fuera de circuito, no soy un periodista ni puedo ejercer ningún tipo de influencias porque… qué se yo, tengo un lubricentro. También es cierto que tengo un cierto curriculum que me precede pero es muy difícil para todos. La enorme ventaja de hoy es que hay muchas editoriales pequeñas dispuestas a apostar y que te defienden. En cambio las grandes editoriales, van con el mínimo de publicidad y a los 8 meses te devuelven los derechos. Eso me pasó con Brüll, que es un libro finalista del Premio Planeta pero que después no tuvo reedición. Con este premio Clarín tengo la esperanza de que se pueda mirar un poco mi obra anterior y mi material inédito.
¿En qué estás trabajando ahora o qué tenés listo para publicar?
Tengo una novela terminada y un libro de cuentos que no sé si está terminado pero que ya tiene un muy buen cuerpo como para salir.
¿Y tenés un método para escribir? Hay quien se encierra y quien escribe hasta en la cola del supermercado…
Ni una cosa ni la otra, para mí el problema es que se me den las ideas, cuando no se me da es cuando me vuelvo loco, cuando las ideas están después escribís en cualquier lado. Pero se te tiene que armar ese pequeño mundo, se van acomodando las fichas y ahí sí, te encerrás a trabajar. Yo por suerte tengo dos muchachos en mi negocio que me dan una gran mano cuando me siento a escribir, me atienden el teléfono y tratan de evitarme toda interrupción.
Fuiste alumno de Abelardo Castillo, ¿qué aprendiste con él?
¡Que no aprendí! Yo al taller de Abelardo Castillo fui dos años y de alguna manera me terminó de hacer escritor. Antes había ido a otros lugares, hasta iba a la Casa de Sábato a escucharlo, pero con Castillo terminó un ciclo, me agarró más maduro.
¿Qué opinás de los talleres literarios en general?
Los talleres te obligan a leer de otra manera, te dan una devolución de lo que escribís. Todos los escritores fueron siempre a talleres, quizás antes no se llamaban así, se le llamaban café literario. Iban a los cafés y se leían sus cosas, charlaban sobre lo que hacían y yo creo que es la mejor manera de tener una devolución. Ir a un taller no te va a hacer escritor pero te va a ayudar a quemar algunas etapas mucho más rápido.
¿Y qué le dirías a un escritor nuevo que busca su primera publicación?
Que busquen en las editoriales chicas, que publicar en internet es tirar su trabajo a la basura y que existen los concursos literarios: soy la prueba más clara de eso. Yo estuve mucho tiempo sin escribir, esta novela no me salía, me tomó muchos años. Para mí fue tan central esta historia y este personaje que decía: “Si no puedo escribir esto no escribo nada más”. Es un libro que me hizo sufrir pero cada tanto volvía, nunca lo abandoné. Valió la pena.