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El rol de la mujer en los puestos de trabajo actuales y pasados

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El rol de la mujer en los puestos de trabajo actuales y pasados

Cuando acordé escribir esta nota para el mes de la mujer no imaginé que me iba a costar tanto encontrar un hilo conductor. Pensé y pensé en el tema, y a medida que miraba hacia atrás en mi historia, me di cuenta de que una manera de hilvanarla (siguiendo con la metáfora de la costura) podía ser a través de los supuestos culturales que sofocan de la diferencia, corset que viví y espero ya no sea un peso para nadie más.

Así es que, finalmente, me decido a volcar acá, entre conceptos que vengo trabajando en conjunto con un equipo de personas, algunas viñetas de mi pasado. Espero que sepan disculpar lo personal de algunas de ellas.

Tengo muchos años de experiencia trabajando con empresas, en principio desde dentro y luego como consultora, y me siento muy feliz de poder vivir este cambio profundo que reacomoda la interacción simbólica desjerarquizando las diferencias. Hoy día, el colectivo de mujeres empieza a derribar de manera efectiva categorías y prácticas culturales que obstaculizaron sistemáticamente la carrera femenina dentro de las organizaciones. La militancia de algunas, las culpas de otros, las regulaciones actuales y la necesidad, sobre todo, de entender más profundamente a un consumidor tan sofisticado en su demanda, impulsó su incorporación en las mesas de control y decisión.

No podemos negar que muchos de los cambios que estamos presenciando se deben a que la perspectiva de la mujer no puede faltar porque es del universo que consume. Igualmente, este motivo nada inocente trae aparejada la necesidad de legitimar nuestra voz y potencia creativa.

Pienso, entonces, en mi primera experiencia laboral.

Año: Mil novecientos ochenta y pico

Estoy en un proceso de selección para trabajar en una empresa industrial. Los exámenes preocupacionales se hacen ahí mismo, en la clínica médica. Lo tremendo es que el protocolo incluye un control ginecológico con el objetivo de corroborar que no estés embarazada. No acceder a hacerlo es visto como el producto de una sobreactuación histérica y, probablemente, funcione como condición suficiente para no ser seleccionada para la posición. Entonces, lo hago. Tengo 22 años y dos hijos que crío sola.

Ahora las empresas también están siendo pensadas por mujeres. En este nuevo escenario, las organizaciones que, curiosamente, se infantilizan adoptando una posición que se niega a la transformación cultural, sufren el éxodo de mujeres talentosas que viran a modelos más flexibles de trabajo con agendas apoyadas en objetivos y urgencias reales.

Cuando tratamos con casos así, a veces adoptamos, quizás demasiado cómodamente, una postura comprensiva y amorosa para explicar, justificar y acompañar el cambio que consideramos inevitable. De todos modos, va quedando claro que entra en crisis también el modelo hegemónico del éxito. 

Año: Mil novecientos ochenta y pico

Quien será mi jefa me espera el lunes temprano. Me pide que “deposite” a los chicos en la guardería -obviando el proceso de adaptación que se recomienda en la escolarización de niños pequeños- porque hay mucho trabajo. Los dejo, sin anestesia.

Cuando llego a mi escritorio congelada de angustia, la empleada más antigua de la oficina se me acerca y me indica que dibuje rayas paralelas en un cuaderno. Después me avisarán para qué.

En el 2021, la idea de que el desempeño exitoso en un entorno profesional excluye la posibilidad de maternar se vuelve insostenible. Pero no hay nada aún demasiado resuelto, el día a día no es fácil. Quienes somos madres y padres sabemos que no estamos plenamente libres de estereotipos y mandatos.

Puede que leamos con sorna palabras del Libro del arte de las comadres o madrinas y del regimiento de las preñadas y paridas y de los niños, (Damián Carbó, año 1541) en el que se refiere el autor a las “amas de leche” como mujeres musculosas, de pechos anchos, con carnes duras y no gordas porque esto garantiza la “suficiencia” de su leche, pero que, además, deben cumplir otro requisito: …“la tercera condición que tiene que guardar es por parte de sus costumbres y han de ser buenas. No sea riñosa: sea benigna, (…) sea diligente, limpia y casta, no sea triste ni tímida”…

¿Estamos acaso muy alejados de todo ese discurso cuando tratamos de cumplir con el ideal que nos ha sido impuesto a la hora de mapaternar? ¿No choca en ocasiones este mandato con la voluntad de poner en jaque lo establecido sobre la agenda de cuidado? Puede que no, pero eso también suele ser motivo de culpa, porque el deseo – ya sea el de cuidar como el de pedir asistencia para el cuidado- sigue siendo un tema difícil de plantear.

La idea de mujer asociada con quienes asisten, me trae a la mente otro recuerdo. 

Año: Mil novecientos noventa y pico

El Día de la secretaria nuestros compañeros y colegas nos regalan flores a “todas las chicas de RRHH”. Después de un escándalo de claveles mustios volando por el aire como muestra de resistencia, “las chicas” fuimos a tomarnos un cortado de la máquina mirando en silencio la avenida Patricios.  Algunas habíamos llorado. Varios de ellos seguían sin entender el motivo del enojo.

El cambio arrasa con todo. Las organizaciones actuales deben modificar sus rituales de integración y reconocimiento. Ya no es necesario quedarse hasta tarde, vestirse de alguna manera o postergar ninguna necesidad importante para ganar espacio y ser parte de la historia de un equipo. La lucha por la equidad de género avanza por la misma senda y gana terreno paso a paso.

En este contexto, las mujeres profesionales empezamos a tener nombre y apellido, ya no somos un nombre de pila, menos aún un diminutivo (Claudita, Rosita, Niquita). Ya no somos la cara buena, empática y solícita de las organizaciones. Las expectativas del rol cambiaron y nos resistimos a que se nos asigne el lugar de asistencia exclusivamente. 

Desde Germinal, consultora que fundé hace años, seguimos leyendo, aprendiendo y generando espacios formativos y de sensibilización a través de programas integrales junto a empresas y organismos que hoy más que nunca comprenden que la diversidad, no solo de género (que son más que dos), sino de culturas, mentes, cuerpos y mucho más, es el valor que garantiza la inteligencia organizacional.