¿Cuándo descubriste que te gustaba actuar?
Fue un proceso bastante natural, mi vieja daba clases de teatro, mi viejo de lengua, así que los libros, el arte, la espiritualidad siempre estuvieron muy presentes. Recuerdo que de muy chico, actuar, era el juego al que más recurría: disfrazarme, hacer títeres, armaba obras de teatro con mi hermana y después pasábamos la gorra en casa [Se ríe]. Y en la escuela siempre terminaba destacándome en los actos de fin de año. Cuando salí del secundario, que medio es el momento en el que “tenés que decidir lo que vas a ser”, yo ya estaba bastante encaminado, trabajando formalmente en actuación.
¿Cómo fue tu camino por la escuela secundaria?
Nunca me sentí muy cómodo la verdad, el hecho de tener que hacer cosas que no querés hacer, a mí siempre me gustó ir más contra-sistema, tener ese espacio de artista, de libertad en el sentido de manejar mis tiempos. En la escuela yo no curtía amigues, estaba más bien solo haciendo la mía. En cambio, cuando empecé a estudiar teatro encontré un grupo de pertenencia y, también, de exploración artística.
¿Qué encontrás en el teatro que no tiene quizás otro soporte de la actuación como el cine o la televisión?
Cuando vas a grabar algo para la tele o el cine es por una única vez, en cambio el teatro tiene eso de la repetición de las funciones que lo hace interesante. Es como un deporte, practicás, lo hacés, repetís, entrás en calor, ponés el cuerpo… En el teatro siempre encontré una ceremonia a la que vas a cierta hora, con ciertos roles, todos consensuamos algo y nos metemos en una atmósfera. Como vos llegues a actuar, con resaca, depre, lo que sea, tenés el compromiso de participar de esa ceremonia y es muy probable que salgas transformado de ahí. Siempre sentí el teatro como un salvataje, si me sentía mal, hacía la función y después, salía sin dolor de cabeza y con mejor estado de ánimo.
Pasaste de hacer funciones en salas teatrales pequeñas y barriales a de pronto, en 2009, estrenar un clásico como “Medea” en la sala Casa Cuberta del Teatro San Martín, ¿Cómo recordás ese salto?
Como un salto cuántico. En Casa Cuberta se había montado un escenario circular y eso le otorgaba a la experiencia mucha magia de ceremonia. Cristina Banegas protagonizaba la obra con una presencia escénica descomunal. Con otro compañero hacíamos de sus hijos. Nuestros personajes no tenían texto pero estaban, de principio a fin, en el escenario. Hacia al final de la obra Medea mata a sus hijos, los apuñala y para mí ese era “mi momento” con Cristina, quedábamos solos en el escenario, nos mirábamos a los ojos, me asesinaba, yo caía a un costado y ahí ella comenzaba un monólogo impresionante, en el que Medea se convierte en una leona muy visceral y yo aprovechaba que estaba tirado en el piso para abrir un ojo y ver como la Banegas sacaba todo de sus tripas y declamaba esos textos, me maravillaba. Todas las funciones hacía eso: entreabría un poco los ojos y la veía actuar dese el piso como un espectador privilegiado.
¿Cuántas veces “te apuñaló” Cristina Banegas?
Como 60 supongo [Se ríe] Hay obras que te marcan energéticamente, más allá de la experiencia intelectual y “Medea” fue una. La verdad es que pude disfrutarlo con mucha conciencia. El desafío para mí era llegar siempre al momento de la función con un estado de presencia casi meditativa, estar muy presente y poder darlo todo.
Más tarde, compusiste el personaje de “Julián” para la tercera temporada de “En terapia” junto a Diego Peretti. ¿Cómo viviste ese momento?
Fue una de las experiencias actorales más interesantes para mí. En un punto era muy teatral porque en el rodaje lo ideal era grabar todo el capítulo de una. Y acá una anécdota para hacerme el canchero [Sonríe]: el primer día llego al set, me muestran la puesta escénica, me dicen: “lo ideal es tirar el texto lo más que se pueda de una, pero tranqui porque la única que lo pudo hacer fue Norma Leandro”… Cuestión que ese primer día de rodaje, vamos a grabar y tiré todo el capítulo de corrido. Después no se mantuvo [Se ríe], pero puedo decir que empecé con todo.
Qué bien…
Sí, igual también me pasó que en el medio del rodaje se murió mi mamá, y ahí me di cuenta que, a pesar de que uno compone un personaje, estamos atravesados por lo que nos pasa, es uno quién interpreta y yo estaba realmente sacudido por lo que estaba aconteciendo.
Debe ser difícil ponerle el cuerpo a un personaje en ese momento…
Sí. Ni bien me avisaron llamé a la productora para contarle y pedirle que por favor no cortáramos la grabación. Después me llamó el director [Alberto Lecchi] y me dijo “Santi no tiene ningún sentido, retomemos después”. En mi paso por “En Terapia” re-afirmé el potencial que tiene la actuación como proceso de curación tanto para el artista como también para la persona que está del otro lado espectando. Tiene esa capacidad de espejar procesos en las demás personas. Recuerdo que, a raíz de Julián, mucha gente me escribió cosas muy zarpadas, sentí que el personaje pudo traspasar la pantalla.
En 2018 recibiste el premio “Estrella de Mar” a Mejor Actor Revelación por la obra “El ardor” (interpretada junto a Luciano Cáceres, Valentina Bassi, Joaquín Berthold) y cuando subiste al escenario, hiciste un pedido de justicia por Diana Sacayán, reconocida líder del colectivo trans, asesinada brutalmente en 2015. ¿Qué te llevó a hacer ese movimiento?
Me gusta usar los momentos de exposición, esas oportunidades que se nos dan, para poder decir algo más, para ser un poquito más disruptivo y proponer otro diálogo. Yo aprendí mucho del colectivo travesti-trans y siempre quise apoyar y difundir. En ese momento, se estaba dando el juicio por el trasvesticidio de Diana Sacayán y era muy importante porque podía sentar precedentes, por primera vez, instalando la figura jurídica del travesticidio y transfemicidio. Más allá del resultado, el juicio tenía esa oportunidad y por suerte pasó. A mí se me ocurrió llevar a cabo una campaña: hice unos carteles y me comuniqué con personas famosas para pedirles que se saquen fotos con ellos y así darle visibilidad a lo que estaba sucediendo. Junté como treinta fotos y cuando fui a las audiencias del juicio las llevé impresas conmigo. También aprovechaba cada móvil con los programas de televisión para pasar el mensaje. Me involucré y me dejé llevar por la fuerza de ese pedido de justicia incluso sin haber conocido personalmente a Diana Sacayán pero la conexión es así, ahora que la nombras se me pone la piel de gallina.
¿Qué lectura haces de los movimientos que se están dando en relación con esa lucha particular como la aprobación de la ley del cupo laboral trans?
Por un lado, creo en esto que decía la referente cordobesa de la lucha travesti-trans, Maite Amaya, que el sistema intenta cooptar las luchas. Esas mismas estructuras políticas son patriarcales porque las gestó el patriarcado entonces un paso va a ser que haya travestis en las bancas de diputados, pero yo creo que el colectivo lo que está diciendo es “Vamos por todo”, no sé si se quedan conformes con el 1% del cupo, van por mucho más que eso. Y en ese sentido, el concepto de “inclusión” está siendo discutido fuertemente, ya que no quieren ser parte del sistema, quieren que nos pasemos a su vereda y conozcamos otra forma de ver las cosas.
Se te ve muy activo en la calle también marchando contra las disciplinas del cuerpo, los transfemicidios, trasvesticidios y la crisis ambiental…
Lo vivo como algo fundamental. Con las nuevas generaciones y la pandemia se empezó a militar y a comunicar por las redes sociales y eso está bueno para concientizar, pero creo que la lucha es con el cuerpo y es en la calle. Y ahí encuentro otra ceremonia: la calle, las marchas, sobre todo si estás ahí con convicción y si pensás que tiene que ver con vos. Es como un teatro amplificado, miles de personas que juntas mueven una energía que realmente puede cambiar las cosas.
¿Cuándo empezaste a tomar conciencia que no encajabas en el sistema binario de género?
Creo que en mi vida se dieron tres corrimientos importantes: el primero tiene que ver con ser artista y la libertad de no estar pegado a ciertas estructuras; el segundo tiene que ver con el deseo, ya no sé cómo etiquetarme la verdad porque tampoco me gusta decir que soy gay, prefiero decir que no soy heterosexual, voy mejor definiendo lo que no soy. El tercer corrimiento se dio cuando me di cuenta que el ser humano y el antropocentrismo estaban devastando el planeta, cuando tomé conciencia de que la humanidad estaba destruyendo todo ahí sentí un desgarro. Me dolió muchísimo, como joven, ver ese nivel de destrucción y ser parte de ello de alguna manera. Estamos empujando al planeta hacia la sexta extinción masiva de la historia y la primera producida por una sola especie que es la nuestra. Se están extinguiendo especies todos los días y cada día que pasa es un punto de no retorno. No hay más tiempo, no queda lugar a dudas de que este sistema ha llegado a lugares de extrema toxicidad, daño y violencia. Yo sinceramente veo al sistema capitalista-extractivista como un fracaso contundente, entonces, para mí, es el momento de construir algo nuevo. En este sentido creo que hoy la base tendría que ser profundamente inter-seccional y el pedido por el planeta debiera provenir de todas las luchas sociales.
¿De qué se trata “Vuelve el monte” el proyecto de regeneración con plantas nativas que estás llevando adelante?
Es un proyecto en desarrollo donde los pilares tienen que ver con la restauración, la plantación de flora nativa y la comunicación en el sentido de concientización y de abrir conversaciones para poder ayudar al entendimiento. Se trata de aprender qué plantas pertenecen a tal lugar y plantarlas. Hay una falta de conexión del ser humano con la naturaleza que nos hizo perder de vista los vínculos que hay entre la flora y la fauna, las asociaciones. Actualmente, estamos creando un corredor biológico en una huerta trans-feminista en Chacarita. Se trata de un espacio cedido por la Mutual Sentimiento. Un día me acerqué a donar un árbol tala que estaba reproduciendo en mi terraza y al tiempo ya estábamos plantando en ese espacio, introduciendo plantas nativas donde había pastizal y basura. El impacto fue directo, al toque que se desarrolló la flora se acercaron los pájaros que se conectan con esas especies. Creo que un nuevo sistema se podría basar en un contacto profundo con la naturaleza y en entender qué vínculos necesita.