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Leticia Mazur: “La fuerza colectiva es la que nos lleva hacia adelante”

Ella es Leticia Mazur, bailarina, actriz, coreógrafa y docente argentina. Creó, dirigió e interpretó una serie importante de espectáculos entre los que se encuentran “Secreto y Malibú”, “Watt” y “El corazón”. En 2019, el programa “Artistas en Residencia” del Complejo Teatral Buenos Aires, llevó a cabo una retrospectiva de su obra.

¿Cómo es la imagen “mito de origen” de tu historia como intérprete y bailarina?

Tenía cuatro o cinco años cuando comencé a tomar clases de danza contemporánea y gimnasia deportiva y me acuerdo de la imagen de estar comiendo con la familia en la mesa y de pronto pararme y empezar a hacer piruetas, medialunas y a mostrar todo lo que había aprendido en la clase. Enseguida vino el grito de [Actúa]: “¡Sentate a comer Leticia!” Y yo, tan chiquita, respondí: “Es que el cuerpo me lo pide”. Eso quedó en nuestra historia. Siempre sentí la conexión con el cuerpo y la necesidad del movimiento y la verdad es que hoy, el cuerpo, me lo sigue pidiendo.

A los 19 años obtenés una beca de estudio en la Escuela P.A.R.T.S (Performing Arts Research and Training Studios) y viajás a Bélgica para instalarte y estudiar allí. ¿Cómo viviste esa experiencia migrando tan lejos siendo tan joven?

Fue re-extremo porque nunca había vivido sola, así que no sólo implicó irme a estudiar a otro continente sino también emanciparme en ese sentido. Conocí y descubrí muchísimo sin embargo cuando cumplí un año quise volver, extrañaba mucho a mis afectos. Además, no era que yo quería formarme internacionalmente, no tenía esas pretensiones [Se ríe] sino que no encontraba aquí un espacio donde formarme y lo encontré en Bruselas. Lo que aprendí allá sin dudas lo traje conmigo.

Al volver a Argentina y junto a tu amiga y colega, Inés Rampoldi, crean e interpretan “Secreto y Malibú”, con la dirección de Diana Szeinblum. Una obra que investiga sobre el movimiento y que sitúa a estos dos personajes en el patio de una casa de campo. En un podcast [del CTBA] dijiste que esa obra te cambió la vida ¿Por qué?

Esa fue mi primera experiencia de un proceso creativo de mucha profundidad, de mucha libertad, de mucho amor con mis compañeras Diana e Inés. Tenía 20 años, fue un descubrimiento enorme sentir semejante felicidad estando en escena, algo que nunca antes había sentido. Ahí me dije: “Ok, de acá no me bajan más” [Se ríe]. Y el hecho de que fue un trabajo auto-gestivo también significó mucho. Con esa obra viajamos por el mundo, literalmente, por todos los continentes, en diferentes salas con diferentes públicos, fue un nivel muy elevado de experiencia, entonces sí, pienso que “Secreto y Malibú” me cambió la vida.

Estudiaste teatro con Javier Daulte, Alejandro Maci, Julio Chávez, Gabriel Chamé Buendía, Ricardo Bartís, entre otros. ¿Guardas algún consejo valioso que te hayan dado a la hora de representar e interpretar?

Cito a muchos de mis maestros y maestras cuando doy clases. Ahora puntualmente me acuerdo de una profesora de ballet de la escuela de Bruselas que mencionábamos recién. Era una yanqui, petisita, de pelo rubio, casi estereotipada y con una voz muy particular. La queríamos porque ella era de las pocas profesoras que te hacían bailar. En muchas clases de ballet, -confieso que a mí me costaba bastante-, te la pasabas haciendo ejercicios para colocar el movimiento pero se bailaba muy poco. En cambio ella, nos hacía aprovechar el espacio, entregarnos y bailar. Una vez, en una de sus clases de entrenamiento se estaba entregando un nivel de energía muy mediocre, entonces ella de pronto exclamó [Actúa]: “What are you waiting for?” [¿Qué están esperando?] Y agregó: “la clase es lo que ustedes pueden dar y el momento para darlo todo es éste”. Esa frase me quedó grabada y muchas veces cuando estoy dando clases, medio en broma, les digo a mis alumnxs: “What are you waiting for?”

En el 2019, con curaduría de Vivi Tellas, participaste del programa “Artistas en Residencia” del Teatro Sarmiento, una invitación que implicó el montaje en retrospectiva de 5 de tus obras, un workshop y nada menos que el estreno de una nueva creación. ¿Cómo viviste toda esa vorágine?

¡Fue una experiencia espectacular! Por un lado, yo siempre había gestado de manera independiente a partir de subsidios, lo que condiciona un poco la capacidad de prueba y experimentación. Así que, en esta ocasión, pude aprovechar que teníamos un presupuesto, una sala grande, una escenografía. Trabajamos muchísimo. Durante el día ensayábamos el nuevo espectáculo y a la noche teníamos funciones. Y todo ese movimiento en 2019 se re-significó en contraposición con el “parate” que fue el 2020 por la pandemia, lo primero que dijimos fue: ¡qué bueno que llegamos hacerlo!

Por otro lado, yo soy muy amiga de la rigurosidad pero nada amiga de la presión y tuvimos un mes y medio para crear nuestra nueva obra “Phantastikón” junto a Pablo Lugones, Samanta Leder y Eugenia Roces. Ese poco tiempo me afectó, siento que no me jugó a favor.

¿Por qué?

Porque creo que a la obra le faltó madurar un poco en su propio proceso, que le cayeran algunas fichas. “Phantastikón” tiene una puesta muy poética y sensorial y me encanta, pero le veo eso como oportunidad. Es una obra que pone mucho elemento plástico, mucho acento en la materia y considero que  nos hubiese venido bien un mayor tiempo de prueba. De todas maneras, y en general, estuvo muy bueno ese espacio para la danza en sí misma porque la danza siempre está considerada como algo marginal.

¿Esto sigue siendo así?

Si, siempre hay menos presupuestos, menos espacios de programación para la danza.

Después de 15 años y en el marco de ese programa, repusieron “Watt”, una puesta signada por la improvisación. ¿Cómo fue la investigación de esta obra?

“Watt” trae a escena una energía muy particular y que tiene que ver con el contexto del surgimiento de la música electrónica y del ritual de la gente reunida, bailando. En 2004, cuando la creamos, íbamos al boliche a investigar, junto a Inés Rampoldi y Paulino Estela. Bailábamos al aire libre entre la gente con toda nuestra potencia y nuestro conocimiento y la unión entre esos dos mundos: el de la danza y el del “bailo porque me gusta” comenzó a suceder. A diferencia del primer estreno, en 2019 fue interpretada por otrxs bailarines con lo cual tuvimos la oportunidad de ver la obra desde afuera por primera vez. Es muy primario lo que pasa cuando ves a una persona bailando y gozando, te hace bien, te contagia, te enciende el propio deseo de bailar que es algo que tenemos todos y que te da libertad. Se pone en juego una energía muy primaria y ese fue siempre el espíritu de “Watt”.

Repusieron también “Tu papá, mi papá, tu hija y la mía”, donde tanto vos como la otra intérprete Margarita Molfino comparten escenario con sus propios padres. ¿Qué pasa con ese vínculo padre-hija que existe por fuera del escenario cuando tiene la oportunidad de subirse a uno? 

Tengo una relación muy especial con mi papá, conectamos con lo creativo, la poesía, lo sensible y para mí fue muy emocionante poder hacer esta obra con él. Además, con Margarita Molfino somos muy amigas, casi hermanas, es mi familia también, entonces se nos ocurrió unir la danza, lo escénico y lo familiar. En general, siempre nos propusimos que fuera nuestra experiencia colectiva lo que determinara la obra sin muchas expectativas. Y quedó un ritual precioso porque lo personal y lo universal se unen mucho. Las personas salían muy emocionadas, con una mirada propia sobre el vínculo particular con el padre y nos hicieron llegar infinidad de comentarios. En 2016 estrenamos la obra en un ámbito muy íntimo y no queríamos ponerle demasiado el mote de “espectáculo”. Cuando la re-estrenamos tres años después en el teatro Sarmiento fue todo lo contrario. Nos sorprendió mucho la altura a la que estuvieron nuestros papás de estar en un proceso en un teatro tan grande como ese.

Durante el confinamiento del 2020 creaste “El corazón” una especie de trance filmado en un único plano secuencia de 11 minutos que, durante el verano del 2021, pudiste lleva a escena por primera vez. ¿Cómo fue bailarla en vivo?

Fue un hermoso reencuentro con el público que tuvo lugar en el Centro Cultural Haroldo Conti este último verano. La obra fue creada para el “Festival Callejón” de Espacio Callejón y en ese momento se determinó una duración de 11 minutos. A mí me gustaría extenderla a todo lo que dura la pieza músical de Steve Reich, “Drumming” que son como 50 minutos pero en su momento no hubo presupuesto. Además, la pieza tiene un body art increíble de Jazmín Calcarami que se monta en cada función y la embellece totalmente. Es tan trance esa obra que, con la gente ahí en vivo, tuvo una potencia y vibración muy hermosa.

¿En qué nuevos proyectos estás trabajando?

Actualmente, fui convocada por un ciclo de unipersonales con actrices del Teatro Nacional Cervantes. Voy a dirigir a María Onetto en la interpretación de un fragmento del capítulo “Porno Brujas” de Teoría King Kong de Virginie Despentes. ¡Es un honor para mí dirigir a la Onetto en la sala María Guerrero!

También estoy trabajando con Carolina Castro en una instalación técnico-performática que se llama “Yo de piel”. Y tengo algunos proyectos más pero van fluyendo con lo que sucede en relación a la pandemia. Por suerte estoy medio tranquila, sin la ansiedad de hacer y hacer, entendiendo que si no se puede llevar a cabo ahora ya vendrá, trato de disfrutar de lo que sí se puede hacer.

Este año se cumplieron 6 años del primer “Ni una menos”, ¿qué significa esta fecha para vos?

Desde ese primer “Ni una menos” estoy muy involucrada con la lucha. Siento que el feminismo está dentro mío transformándome constantemente. A veces pienso que es una ridiculez estar luchando para que se legislen cosas que son obvias, los derechos de las personas, cupos laborales, equidad en oportunidades… y todo lo que hay que hacer para que finalmente suceda. Hay algo que el feminismo nos viene a enseñar muchísimo y en muchos ámbitos, es tan rico lo que pasa a nivel ideológico, filosófico, corporal. Esto lo hablamos mucho con María Onetto en los ensayos, de cómo el deseo genera mayor libertad y especialmente esta idea: la comprensión de que es la fuerza colectiva la que nos lleva hacia adelante.

Fotos: Ariel Feldman

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