Una de las dificultades más grandes que enfrenta la sociedad actual es la del sobrediagnóstico en las descripciones sobre déficits de atención.
En particular porque una de las razones principales incluye los inconveniente atencionales de los progenitores. Digo difícil porque incluye la culpa.
Admitir que el problema propio de un padre puede influir en en un problema en los hijos debe ser una de las culpas más difíciles de tolerar.
Pero justamente, se trata de no hundirse en el espeso lodo del autorreproche, sino tomar cartas en el asunto lo antes posible e identificar qué aspectos personales de los padres pueden ser identificados y tratados para que mejore drásticamente la conducta de los hijos.
Nunca es tarde.
De ningún modo estoy diciendo que las dificultades en la concentración y en la atención son ficticios.
Lo que estoy diciendo es que no son aspectos rígidos como podría ser una alteración genética, en donde está así, la anatomía se desarrolló según esa alteración.
Lo que está relacionado con la atención siempre puede mejorar. Siempre. No importa el momento.
Una de las formas especialmente útiles es el momento del juego con los chicos.
Jugar para que el adulto pueda entrar en un estado en el que la conciencia se diluye parcialmente y deja lugar al inconsciente.
Conviene imaginarlo como un portal que se abre a la manera de una película de Harry Potter. Un portal a través del cual surgen aspectos, emociones, sensaciones que no son controladas, ni están ordenadas de modo alguno.
Entonces, empieza a generarse un clima generado por el inconsciente que brota a través del momento del juego del adulto, y del inconsciente del niño, que de por sí, por ser niño, está más en la superficie que un adulto.
Cuando hablamos de jugar, es importante entender que los niños no están jugando a la manera que los adultos lo entendemos.
En rigor los niños están expresando. Se le puede dar formato de juego, o puede ser que sea con un juguete, pero la vivencia que el niño está experimentando, es la de la de la expresión libre. Es decir no está jugando como quien dice un partido de fútbol, donde hay reglas establecidas, tiempos, límites, etcétera.
De este modo el adulto que se dispone a jugar con un niño sabe que en rigor lo que está haciendo es estar siendo parte de su expresión. Está participando de un sentimiento en común entre ambos. Es así que puede conectarse con aspectos inconscientes y primitivos del niño sin que medie propuesta alguna.
Sucede el juego libre, que es una manera de decir, expresión libre.
En ese estado es que el adulto, que sí tiene que hacer un pequeño esfuerzo por deshacer la idea de juego convencional, y ponerse a expresar, a meterse en el mundo del niño, y en su propio mundo de niño, y gestar entre ambos un momento de expresión, de impresión, de articulación de los estímulos con el mundo interno, con el lenguaje interno.
Qué adulto no se siente mejor luego de estar jugando verdaderamente al ritmo de un niño
El juego, en este aspecto, es un momento fundamental de comunicación no verbal.
Aún si median las palabras, lo que se dice no tiene una relevancia tal como la emoción que se está sintiendo. A un niño le puede llamar la atención lo que está haciendo el padre y la madre durante el juego y el padre puede notar que al niño le modificó eso que hizo o dijo.
Cuántas veces notamos que el niño espontáneamente nos mira por algo que hicimos de forma, también espontánea, sin haberlo premeditado
Si intenta repetirlo, no va a tener el mismo efecto puesto que no surge de la espontaneidad, sino desde la repetición.
Cuando las emociones surgen espontáneamente, sin que medie la adultez, la madurez, la racionalización, la inteligencia, las reglas, se establece un momento de conexión que, desde mi punto de vista, es similar en el carácter sensible que tiene el amamantamiento.
El juego es una posibilidad de hablarse sin estar hablando directamente. Es un momento donde ambos inconscientes se comunican sin que medie la voluntad. La única voluntad es la de predisponer.
Salvando las distancias, es como ir a un show de magia a donde por más que sepamos como adultos que el mago no hace aparecer las palomas, sino que ya estaban ahí, estamos predispuestos a no criticar, a no basarnos en las leyes naturales, y en base a eso, surgen emociones y se vivencian experiencias especiales.
Esa predisposición es fundamental a al hora de entender el juego, y de jugar/estar con los niños.
Otra excelente Columna del Dr. Santiago Dayenoff – Executive Coach y Especialista en Psiquiatría