A la edad en la que todos los recién egresados de secundaria están decidiendo qué estudiar, a qué facultad ir ó en qué país conseguir una beca, yo me senté en la mesa familiar y dije que estaba pensando en poner un negocio de alquiler de cámaras y lentes fotográficos.
En la mesa hubo un silencio largo, y todas las miradas se volvieron hacia mí.
Mi abuela fue la primera en animarse a hablar. Me miró a los ojos, luego miró a mi madre, tragó saliva y un poco confundida me pregunto: ‘’¿las cámaras se alquilan?’’
Y tenía razón, no era una mala pregunta.
Para ese entonces yo estaba comenzando a estudiar dirección cinematográfica en la facultad, y el denominador común entre mis compañeros era la falta de equipos para filmar nuestros trabajos prácticos.
En una facultad de cine, las tareas de clases consisten en filmar escenas.
Día por medio, con mis compañeros salíamos de clase y nos encerrábamos a emular secuencias de películas, o a filmar nuestros propios guiones.
Cada vez que había que hacer un práctico, era fundamental dejar reservado con tiempo los equipos en la facultad.
Por eso, había que llegar temprano para que no te tocara el trípode chueco ó la cámara que no le andaba el micrófono.
El hecho de conseguir equipos de la institución era tan difícil, que la mayoría de las veces teníamos que recurrir a proveedores externos que nos prestaran sus equipos, a cambio de unos pocos pesos, o en más de una ocasión, por un trueque directo por las respuestas de un parcial.
El día que llegué a ahorrar un poco, no tuve ninguna duda: me compré mi primer cámara para alquilárselas a mis compañeros de clase.
Para ese entonces, sin saberlo, me estaba subiendo a un boom audiovisual.
Con la llegada de los nuevos modelos de cámaras Sony mirrorless, y con las poco oportunas posibilidades de importación, tener una cámara con calidad cinematográfica se hacía algo fuera del alcance de muchos.
En paralelo, en el año 2017, donde el género de música trap en Argentina creció y se popularizó de manera vertiginosa. En un lapso de tiempo muy corto, emergieron miles de artistas, cantantes de bandas y agrupaciones de música urbana de cualquier tipo y parte del país.
Con infinito hambre de fama, ellos necesitaban de un videoclip para dar a conocer sus canciones, de fotos para las tapas de sus álbumes, y de visuales para sus recitales.
Pero los videos no se hacían solos, todavía no había llegado la Inteligencia Artificial.
También necesitaban de un encargado de registrar y editar estas imágenes.
Alguien que registrara y compaginara aquellas producciones.
Ahí fue el surgimiento de la hoy estandarizada figura del Filmmaker.
El creador de películas, el creador de videos. El encargado de realizar dichas tomas videográficas y dichas fotografías. Una persona con envidiables facultades de ir gratis a todas las presentaciones de un artista musical, de poder ingresar en los camerinos, y de irse de gira, ‘ligando’ viajes gratis.
El Filmmaker se convirtió allá por 2018 en lo que hoy representa la figura del programador: buenos sueldos, libertad de horarios y viajes, entre otros.
Por esos años el concepto todavía estaba madurando.
Cuando las bandas encontraban un Filmmaker bueno (porque ciertamente, es muy difícil hacer un buen video), lo reservaban exclusivamente para ellos, teniéndolo tiempo completo, y salvándose del riesgo de que otro artista musical los contrate y con eso sus imágenes y videos tuvieran un parecido estético cercano al plagio. Porque era eso: el filmmaker determinaba tu estética, tu imagen. Era tu carta de presentación.
Fue ahí cuando casualmente mi primer cámara pasó de las manos de inexpertos estudiantes de facultad, a los ávidos filmmakers.
Miles de nuevos creadores de videos surgieron por esos años, y acompañados de ellos, miles de videos nuevos, de historias nuevas. Artistas musicales que saltaron a la fama, y otros al olvido.
Bandas que llenaron estadios y otras que apenas metían gente en un bar. Todos registrados con nuestras cámaras, nuestras lentes.
En la jerga audiovisual se dice que los rentaleros somos como grandes ferreteros, pero especializados.
Y estoy de acuerdo.
El que tiene casa de alquiler es el que le provee el filmmaker el “coso” que va arriba del “cosito” para poner la cámara sobre el “cosote”.
Hoy en día, en Argentina existen más de 30 empresas que se dedican pura y exclusivamente al alquiler de material para filmaciones y producciones audiovisuales, dando trabajo a más de 300 personas directamente, y a más de 5000 indirectamente.
En un rodaje medio participan cerca de 50 personas, desde los maquilladores, los directores de arte, los utileros, los directores de fotografía, y los filmmakers (para esta instancia ya consagrados en directores, categoría más avanzada).
La industria audiovisual argentina es reconocida a nivel regional e internacional por su talento técnico, actoral e incluso creativo.
También por agrupar una inmensa diversidad de locaciones y escenarios para filmar en un solo país.
Varios videoclips argentinos han ganado reconocimientos en festivales de cine internacional.
No habiendo datos exactos, ni informes sobre el sector, me arriesgaría a decir que se están grabando entre 5000 y 7000 videoclips anuales, desde el nivel más profesional hasta el más amateur, de artistas emergentes.
Hay filmmakers que hace unos años se sentaban en el banco de al lado mio en la facultad, que hoy están rodando grandes comerciales para marcas reconocidas en EE.UU, México, Europa.
El filmmaker siempre será la figura que nos condujo al crecimiento y establecimiento de nuestro negocio, al cual le debemos nuestro éxito.
El día en que mi abuela me preguntó con desconfianza si había gente que alquilaba camaras, yo le respondí con toda seguridad que sí, pero a decir verdad, no tenía ni la más remota idea de si el negocio funcionaría, y tampoco nunca había oído la palabra ‘’Filmmaker’’.
Por Julián Mizrahi, de Enchulame la Cámara