“La realidad es insuperable”, dice, y aunque tiene razón, es notable su manera de trasladar eso que mira y escucha a las páginas que escribe.
“Estás muy callada hoy”, su debut literario, es una mirada honesta, conmovedora y fascinante de una mujer que transita la mitad de su vida entre la muerte de su madre, la relación con sus hijos, sus hermanos, su marido y sus propios desafíos. Un libro que ya tiene la bendición de autores como Pedro Mairal, Fabián Casas o Margarita García Robayo, y que no deja de sumar adeptos desde que se publicó.
Ana recibe en una terraza que apenas disimula lo céntrico del lugar y, aunque no fuma tanto, vuelve a prender un cigarrillo antes de empezar a contestar.
¿Fue la muerte de tu mamá la que te llevó a publicar un libro o a dedicarte a escribir?
No. En realidad siempre quise escribir pero pensé que no era capaz porque no sé inventar. No me salía armar historias de otras personas, de hecho en el primer taller al que fui no podíamos escribir nada sobre nosotros mismos y salía todas las veces con dolor de cabeza: terminé dejándolo. Después fui a otro, a cargo de Santiago Llach, en el que por el contrario nos estimulaban a escribir sobre nosotros mismos y nuestra experiencia, todo de primera mano. Y ahí comencé a escribir lo que a mí realmente me gustaba y lo que había hecho toda mi vida: un diario. Pero para eso hubo un ejercicio que me sirvió mucho, el de escribir todos los días 3 mil caracteres. Terminado el taller decidí seguir escribiendo y muchos capítulos son de esa época.
Los primeros relatos tienen que ver con la muerte de tu mamá, ¿ella murió durante ese tiempo?
No, la muerte de mi mamá es anterior, pasó mucho antes. Su muerte se cuela en el libro porque se cuela en mi vida. Porque permanentemente hay cosas que me remiten a ella: recuerdos, problemas, situaciones. El libro no es sobre la muerte de mi madre pero de alguna manera lo estructura porque estructura mi vida. Cuando se muere una madre es como que uno empieza a ser adulto, deja de ser hijo y empieza a ser adulto de verdad.
¿Todo lo que se lee en el libro es realidad pura o hay algo de ficción?
Es más complejo que eso: es realidad pero cuando uno la interviene deja de ser tan real. Cuando editás la realidad elegís que contar y que dejar de contar, exagerás algunas cosas, elegís rasgos de algunos personajes y omitís otros. Todo esto hace que de alguna manera la realidad se transforme en una ficción. A mí me parece que todo lo que pasa en la realidad es muchísimo mejor que cualquier ficción. Me encanta lo que veo por la calle, las conversaciones que escucho, me divierte lo que me dicen mis hijos, los diálogos de las sobremesas, todo me inspira.
Muchas anécdotas no te pasaron a vos, le pasaron a alguien más…
Son cosas que me pasan a través de lo que observo de los demás. En realidad la narradora casi no habla: piensa, observa y escucha a los otros y eso se va transformando en un entramado que dice mucho de mí. Lo que yo veo o yo escucho es lo que a mí me interesa o me llama la atención, pero no hablo directamente.
¿Te generó algún conflicto hablar de las cosas que le pasaron a otros?
No porque todo el libro fue escrito sin pensar que lo iba a publicar alguna vez, con lo cual lo escribí con bastante libertad. Obviamente hay cosas que no puse y que quizás hubiera puesto. Tuve un mínimo filtro, pero casi nada. Pedro Mairal, uno de mis profesores de taller, me dijo que escribiera como si me fuera a morir al día siguiente, y así lo hice. Entonces el libro es como un anecdotario de cosas que no tenían una forma y que yo armé después.
Sin embargo tiene un vértigo, como cierta velocidad…
Pero fue posterior. De hecho cuando decidí publicar y lo mandé a la editorial Rosa Iceberg, me cambiaron el orden de algunos capítulos, hasta cambió el comienzo. Es un libro que podría tener un montón de órdenes diferentes, no es cronológico, lo fui armando de a poco. Escribía, lo dejaba, después volvía. Mi ritual para escribir es nulo. No tengo ritual. Yo escribo mucho en el celular: en una fiesta, en una sobremesa, en la fila del súper, mientras que estoy cuidando a mi hijo. Después me encierro, lo organizo o escribo más cosas pero el germen de las cosas que después amplío nace en cualquier parte. Me aburro cuando estoy haciendo cosas, me evado con facilidad y no me importa si hay gente, si hay ruido, si me están hablando: yo escribo.
Por momentos te quejás de la falta de soledad y por otro de la que sufriste de chica, ¿cómo te llevas con la soledad?
En algún momento del libro digo que no me gustaba estar sola pero que me terminé acostumbrando y que ahora estar con gente me cuesta mucho. Vivía en un lugar muy aislado y mis padres eran muy antisociales. La queja de no poder estar sola, ahora que sí quiero estarlo, es un reclamo feminista, porque las mujeres cuando tienen hijos ya no pueden estar más solas, tienen que estar constantemente cuidando a sus hijos, aunque trabajen, aunque hagan otras cosas. Para mí los momentos de soledad desde que tengo hijos son hitos. Fueron muy pocos y los disfruté un montón aunque con bastante culpa porque querer que se vayan todos es un sentimiento algo contradictorio.
¿Hiciste muchas cosas que detestabas porque “tenías que”?
Sí, un montón. Y las sigo haciendo, tener hijos es la actividad menos egoísta que hay, negocias todo: cuándo viajar, a dónde viajar, a qué dedicarle tu tiempo libre, qué cocinar. Lo que yo quiero hacer verdaderamente lo hago poco, y lo disfruto mucho.
¿Escribir por ejemplo?
Escribir, irme de viaje sola, o placeres muy egoístas que hay que ver bien cuándo hacer y que son como oasis en mi vida. Me encanta tener hijos y ser madre pero la maternidad te desdibuja, te despersonaliza.
El más protagonista de tus hijos en el libro es Pedro, ¿te diste cuenta?
Él es el menor y siempre la mirada de alguien que es muy chico está totalmente desprejuiciada, es otra manera de ver el mundo. A mí siempre me resultó muy atractiva y en especial mientras estaba escribiendo. Todo a través de los ojos de Pedro tenía otro sentido. Siempre me llamaron la atención las cosas de mis otros hijos también. Me atrae mucho la mirada de otro sobre la misma cosa.
¿Cómo leyeron tus hijos las anécdotas que los tienen de protagonistas? Hay algunas fuertes…
El personaje de mi hija mayor es el más expuesto. Fue la única consultada y ella, que es una futura gran artista, me dijo: “Es tu obra mamá, hacé lo que quieras”, así que tuvo mucho respeto por lo que yo había escrito, además también había cierta distancia porque las cosas que escribí de ella fueron hace bastante tiempo porque el libro me llevó casi cuatro años. Igual tuve bastante vértigo porque cuando lo mostré el hecho ya estaba consumado.
¿Alguien se enojó?
Nadie se enojó. A mí me padre le pareció que usaba un lenguaje un poco soez o que era un poco exhibicionista pero creo que más que nada estaba bastante orgulloso del resultado. De hecho hay muchas cosas que le pueden doler porque habla mucho de la muerte de mi madre, su mujer, y puede resultarle muy desgarrador sin embargo el respeto es absoluto.
¿Y vos fuiste consciente de ese dolor al escribirlo?
Sí. Traté de no pensarlo. Fui muy egoísta al escribir el libro, o bastante…
Como si te fueras a morir mañana…
Sí, escribí este libro como si me fuera a morir mañana. Y también me pasó algo gracioso: las personas que no aparecen o que aparecen poco se quejaron muchísimo. Algunos miembros de mi familia o amigas que aparecen poco, piensan que deberían aparecer más, de hecho algunas dijeron que son mucho más importantes que el rol que les tocó en la novela.
¿Creés que fuiste justa con los recuerdos de tu propia infancia?
Yo creo que sí fui justa. Es una mirada un poco cruel o despiadada, pero creo que en otras ocasiones me río bastante de eso. Pero era así, a nosotros nos decían “callate”, nunca les importó mi opinión a mis padres. Recién cuando tuve una hija creo que tuve cierta entidad. No les importaba ni lo que querían los niños, ni lo que pensaban los niños, ni jugar con los niños, ni nada de los niños. Por eso, al contrario, a mí me importan un montón, me encanta jugar con mis hijos, les prestó mucha atención, en la mesa hablo con ellos. A nosotros nos mandaban a callar.
De chica, tiraban cosas tuyas que tenías escritas…
La propiedad privada del niño no existía en mi casa. Mamá ha regalado ropa mía que yo quería muchísimo y que de repente se la veía puesta a alguien en el pueblo porque ella había decidido que ya no la necesitaba y fin de la cuestión. Y con lo que escribía también, y con todo. No les importaba.
En el libro repetís que escribir es algo inútil, ¿realmente lo pensás?
Es una actividad totalmente improductiva y me cuesta mucho pensar a la escritura y a la lectura como algo que no sea marginal en mi vida. No puedo leer sin culpa a la mañana, siento que estoy perdiendo el tiempo, me escondo de mi mamá a los 45 años como si me fuera a encontrar y me fuera a mandar a hacer algo útil. No logro pensar que es algo importante.
Y aun así es algo importante, hay gente que vive de leer y escribir.
Sí, poca…
¿Es más fácil escribir sobre uno mismo que escribir ficción?
Para mí obviamente es más fácil porque me es imposible escribir ficción pero no sé si lo es para todo el mundo. La materia prima que te da la experiencia es insustituible, me parece que tenés que partir de cosas de tu propia experiencia y después podés armar una ficción investigando, yendo para otros lados. Pero hay frases, situaciones o anécdotas que ni al mejor guionista se le ocurren: la realidad es insuperable. Y a partir de eso hay dos opciones, o ficcionarla o hacerse cargo y asumir que se está escribiendo sobre uno mismo.
¿Cómo fue el camino para llegar a publicar tu libro?
Publicar no era algo que estuviera en mi mapa, yo solo aspiraba a escribir algo que tuviera forma. Pensaba que ya estaba vieja para escribir un libro, y de golpe empecé a escribir, a perder prejuicios. Uno se va involucrando con la escritura y deja de pensar en cosas abstractas como “No soy escritora” o “Recién ahora voy a publicar mi primer libro”. Cuando me di cuenta el libro estaba listo y tuve bastante suerte porque publiqué algunas cosas en internet y hubo un montón de gente de la literatura que se acercó y manifestó su interés. Eso para mí fue clave porque no sé si hubiera tenido la tenacidad de ir a golpearle la puerta a las editoriales.
¿No llegaste a eso?
No, tuve muchísima suerte.
Suerte y talento…
Creo que fue suerte. La escritura es muy solitaria y haberla desarrollado siempre en talleres, además de haber conocido un montón de gente, me ayudó mucho. La mirada del otro es fundamental, porque vas cotejando si algo funciona o no, si está bien o mal. Me gusta escuchar a otros y que me escuchen a mí. Respeto las críticas y me parece que siempre sirven. Conocí a mucha gente que me alentó y me acompañó. Aun así no me considero una escritora.
¿Por?
Escribí solo un libro… vamos a ver. Un escritor es alguien que se dedica a eso con sistematicidad, con tenacidad. Yo soy muy poco tenaz, me cuesta concentrarme, soy errática. Desde que terminé el libro no pensé en otro ni comencé nada. No tengo un proyecto de literatura, al menos no todavía. Me parece que el escritor es el que tiene un camino hecho en ese sentido. Yo acabo de poner mi pequeño mojón. Ahora lo que quiero es volver a escribir.